viernes, agosto 14, 2009

Impresiones de viajes V.


A modo de anécdota, en algún momento durante el reinado del primer gobernante hicso de Egipto, Salitis, se produjo una conmoción general en el mediterráneo oriental, provocada por la descomunal erupcion volcanica que acabaria haciendo explotar, literalmente, la isla de Thera, produciendo un maremoto que asoló las costas y puertos de Creta, y cuyos efectos inmediatos en Egipto fueron nueve dias de tinieblas, que debieron dar un susto descomunal a mas de uno en el pais del dios Sol.

A lo largo de cien años aproximadamente, se sucedieron los reyes hicsos, ya completamente “egipcianizados” hacia el 1530, cuando se abre un periodo de esporádicas revueltas populares contra el rey de Avaris, que aunque fueron reprimidas con dureza por Apofis, el rey hicso, convencieron al rey Sequenenre de Tebas de que era el momento de enfrentar a los invasores. En su momia se han encontrado cinco heridas, mortales cada una de ellas, que nos ilustran sobre cual fue el resultado final de sus esfuerzos bélicos, a la vez que sobre el hecho, anecdótico o no, de que los reyes egipcios de aquella época participaban activamente en las batallas. El cuerpo de Sequenenre fue llevado a Tebas donde recibió honores de héroe. Siguiendo su estela, su sucesor Kamose llego incluso a saquear Avaris, ante la estupefacción de todos, sin embargo murió sin completar la tarea que acabaría un hijo de Sequenenre, con la definitiva expulsión de los hicsos, hecho por el que se ha convenido que Ahmosis debía inaugurar una nueva dinastía, la XVIII, con la que comienza el Imperio Nuevo.

Después que algunos conatos de rebelión de Nubia fueran aplastados, Ahmosis se hallaba resuelto a terminar con la amenaza de los aamu, de tal manera que después de conquistar Avaris, persiguió a los restos del ejercito hicso hasta Sharuhen en la costa cananea, donde se habían hecho fuertes y devastó la ciudad hasta tal punto que nunca mas sería reedificada. Una vez ya extinto el peligro de una nueva invasión, extenderia la devastación a todas las ciudades cananeas que pudo, desarrollando una autentica política de terror, tanto en el exterior como en el interior; desde el primer momento, dentro del propio territorio egipcio se aplicó en hacer montones con las manos cortadas de los cadáveres de los seguidores de Seth, partidarios de las dinastías asiáticas (esta era una repugnante costumbre que tenia la finalidad practica de facilitar a los escribas la realización del computo de enemigos muertos, como reflejan todavía los bajorrelieves de Medinet Habu de la época de Ramses III). Su sucesor Amenofis I mantuvo un régimen de protectorado sobre las ciudades de Siria, Nubia y el país de Kus (una parte del actual Sudán), y fue muy bien recordado en estatuas y monumentos por los monarcas posteriores, aunque no se conoce demasiado de su reinado, parece que con el se puede aplicar el proverbio ingles, “no news, are good news” (“que no haya noticias, son buenas noticias”).

La influencia del clero de Amón evolucionó a lo largo de los reinados de los distintos Amenofis y Thutmosis que se sucedieron, si bien nunca volvieron a representar un problema, ya que desde un principio la monarquía mantuvo a la administración en manos de funcionarios laicos, de tal manera que los sacerdotes únicamente tenían cierto control en el exclusivo circulo de la religión, si bien determinados aspectos políticos como el de la sucesión, estaban tan vinculados al dios, en virtud de su intima relación con el rey, que de alguna manera condicionaban su resolución a la aprobación del clero. Los sacerdotes ya no son nobles, son hijos de funcionarios, gente nueva, y es en Amón en quien se apoyan tanto la clerecía como la realeza frente a la feudalidad, Amón es el jefe de los dioses de cada nomo y como el representante del dios es el rey, los nomos se encuentran subordinados a la monarquía, por un algoritmo místico semejante, el clero apoya a la monarquía en tanto en cuanto es quien representa a Amón. Según algunos autores, en aquel entonces, a efectos dinásticos Amón era siempre el padre del rey, si este llegaba a tener descendencia masculina directa (con una princesa real, preferentemente una hermana), el nuevo rey adoptaría el nombre de Amenofis (Amenhotep), si no fuera así, un hijo suyo con alguna concubina debería casarse con una princesa real y entonces tomaba el nombre de Thutmosis, de hecho el clero de Amón no tuvo inconveniente en hacer prevalecer a la esposa y hermana de Thutmosis II, la famosa reina Hatshepsut frente a Thutmosis III quien a pesar de haber sido escogido desde niño para el puesto, aunque no de buena gana, aceptó no reinar hasta la muerte de la reina. De tal manera que los Amenofis eran hijos directos del rey (Amón) y los Thutmosis eran hijos de la ley (Thot era el dios de la ley), eran hijos “legales” siempre y cuando se casaran con princesas reales que aportasen la sangre de Amón (del rey en realidad, claro) a la línea dinástica. Hatshepsut se aprovechó de esta circunstancia para hacer valer sus derechos y conservar el trono apelando a su linaje ( el de Amón) y el clero no solo no planteó objeciones, sino que favoreció efectivamente a la reina, de hecho durante su reinado llegó a existir un mas que sagrado vinculo entre la monarquía y el clero, sin ir mas lejos, el propio segundo gran sacerdote de Amón y gran arquitecto real, Senmut, fue amante de la reina y el constructor del impresionante mausoleo que edificó para ella, al lado del de Mentuhotep IV en Deir-el-Bahari.

Las grandes dimensiones y el suntuoso aspecto que desde este tiempo fue adquiriendo el recinto sagrado de Karnak con las continuas aportaciones de los Thutmosis y los Amenofis (los extremos de los obeliscos y algún pilono llegaron a estar recubiertos de una aleacion de oro y plata denominada electrón), nos pueden dar una idea de la magnificencia que rodeó a la corte de los sacerdotes, verdaderos reyes dentro de su mundo.

Al acceder al trono Thutmosis III, en un primer momento se empleó en restablecer la hegemonía egipcia fuera de sus fronteras, cosa que logró, desbaratando los planes de una coalición de ciudades que se le habían enfrentado y efectuando a continuación una autentica labor de conquista que condujo a Egipto a transformarse en un verdadero Imperio. Se apoderó de Retenu (la franja costera palestino-libanesa) y aseguró su posición en las ciudades costeras de la zona para aprovechar sus flotas recién confiscadas en labores de transporte y abastecimiento, evidentemente no se trataba por tanto de una nueva incursión preventiva, esta vez Egipto llega para quedarse. No destituyó a los príncipes autóctonos en la mayoría de los casos, preocupándose de mantener frecuente contacto directo con sus nuevas provincias asiáticas y de cobrar debidamente los tributos. Luego la emprendió con Mitanni, que en varias ocasiones había organizado sublevaciones contra Egipto, para lo cual, primero conquistó Biblos en cuyos astilleros construiría barcas de cedro con las que atravesar el Eufrates con el fin de enfrentarse al ejercito de Mitanni, al que venció en varias ocasiones, demostración de fuerza que indujo automáticamente a los países limítrofes, Hatti, Assur y Babilonia a buscar la amistad con Egipto colmando al rey de regalos, como era costumbre, en este tipo de situaciones. Thutmosis III estableció bases militares cada 65 Km, a lo largo de la costa siria, con idea de mantener la presencia egipcia en la zona de forma permanente. Sin embargo este Thutmosis no solo es un jefe militar capaz, sino que además demostró poseer una bien engrasada maquina diplomática, que se aplicó en establecer una política de conciliación, de buenas relaciones con las provincias conquistadas, dando comienzo a un periodo de estabilidad del que el comercio fue el beneficiario directo. Además, de alguna manera fue el precursor de una nueva etapa en las relaciones con el clero y en el transcurso de los reinados de los Amenofis y Thutmosis que se sucederán, menguará la influencia política de Amón, que había culminado durante el reinado de Hatshepsut.

Thutmosis III, en cuanto accedió al trono, se empleó en borrar todas las referencias que pudo hallar de Hatshepsut en templos y monumentos, llegando a arrojar a las canteras imágenes y estatuas previamente mutiladas de la reina. Esto no fue solo una mera pataleta infantil, sino que se tradujo en una sigilosa y paulatina vuelta al mas apropiado para la monarquía absoluta, sentido y concepción religiosa de Heliopolis, que por entonces estaba subordinada al clero de Karnak.

Egipto era la primera potencia económica y militar del mundo conocido, sin embargo el lenguaje internacional y el de los negocios, no era el egipcio sino el acadio, el idioma de Babilonia. En las islas del Egeo y las costas griegas por el contrario, se empleaba la moneda egipcia, el kedet, y esto era así en virtud de las marcadas relaciones económicas que desde la dinastía XII mantuvo Egipto con los comerciantes minoicos y posteriormente micénicos, hasta el punto de ser el origen del puerto de Faros, que con el tiempo se transformaría en Alejandria, exclusivamente construido para el comercio con las islas del mediterráneo oriental. La influencia egipcia es patente en los primeros templos doricos y en gran medida en la propia mitología griega: Cecrops el fundador de la mítica primera Atenas, vino de Egipto y también Erecteo, asimismo Dánao, el hermano gemelo de Egipto, se estableció en la ciudad micénica de Argos, etc.

Frente al imperio comercial babilónico, que enlazaba la India y Anatolia con la costa Siria, Egipto desarrolló una intensa actividad comercial por mar apoyándose en las islas hasta Alasia (Chipre), incluso se ha debatido la posibilidad de que existiese alguna forma de protectorado pues hay testimonios de que Egipto cobraba tributos a los príncipes de las islas.

Amenofis II, a la muerte de Thutmosis III, tuvo que sofocar una rebelión de las provincias asiáticas y para dar más miedo, mandó sacrificar públicamente a seis príncipes rebeldes en Tebas y a uno en Napata, la capital del virreinato de Nubia.

Amón, durante el reinado de Amenofis II, disfruta con la sangre derramada y en el templo del dios son sacrificados los enemigos de la monarquía, en cierta ocasión, antes de librar una batalla, esa noche, mientras el rey oraba piadosamente a Amón, “se ordenó hacer victimas vivas. Se ordenó hacer dos pedazos de todos ellos. Y he aquí que todo fue incendiado. Su Majestad estaba solo, Nadie estaba con el. Aparte de la guardia de palacio, las tropas estaban ya lejos del rey” (gran estela de Mit-Rahineh. Vl. Vikentiev “la travesía del Orontes”). Afortunadamente el terrorismo religioso de Amenofis II fue solo un macabro paréntesis, pues Thutmosis IV no actuó de la misma forma, sino que cedió el paso a la diplomacia, como había hecho el anterior Thutmosis, dando asimismo una vuelta de tuerca en el ninguneo del clero, quebrando la influencia de Amón en cuestiones dinasticas, al casarse con Mutemuia, una princesa de Mitanni, en lugar de tomar por esposa a una princesa real egipcia, Mitanni que por entonces temía mas el peligro hitita desde el Norte, habia optado de esa forma por establecer relaciones cordiales con Egipto, su antiguo enemigo.

Amenofis III ahondó la brecha entre la realeza y el clero, imitando lo hecho por Thutmosis IV, al casarse indiscriminadamente con princesas extranjeras pertenecientes a todas las monarquías influyentes de la época, en un afán diplomático sin precedentes.

Las relaciones internacionales exigían una suerte de síntesis religiosa que equiparase a Amón-Ra, con el culto de Shamash, de tal manera que el Faraón ( que es desde este momento cuando se empieza a utilizar el termino) como representante de Amón, ahora un dios universal, apareciera en las provincias asiáticas, dotado de cierta mística legitimidad adicional.

“El Sol…”, “mi Sol…” se hacia llamar el Faraón en los protocolos y la correspondencia diplomática internacional, y un ejemplo del sincretismo alcanzado es el sol alado que aparece a la cabeza en los panteones mitológicos de todas las monarquías de relieve del momento.

El libro de lo que hay en la Duat” si bien se comenzó durante la XII dinastía, se acabó de redactar en tiempos de Amenofis II y refleja la teología solar propia de las dinastías de Tebas. Este libro, describe el recorrido diario de las dos barcas de Ra sobre las aguas primigenias de Mu que rodean los dos mundos, el inferior y el superior, cruzando como Ra-Horakhti en una de ellas el cielo durante el día y como Iufu (Auf-Ra) atravesando el mundo subterráneo con la otra barca durante la noche. Cada noche Ra, envejecido, revestido de carne, con su aspecto de carnero, exento del sutil espíritu creador, es asesinado por sus propias criaturas, pero si Ra muere, muere con el la existencia en si, por lo que Ra deberá crearla de nuevo, volviendo a nacer cada mañana, surgiendo de la boca de la diosa Mut, con el aspecto de un niño. Todo esto es muy diferente de la mistica tradicional, tanto Heliopolitana, como de la de Hermopolis o la de Menfis, con las que comparte si embargo la esencia del culto solar.

El Himno de Amón, fue una de las armas que la monarquía esgrimió contra la clerecía, apartándose radicalmente de los complicados simbolismos de los que gustaban los sacerdotes de Amón para mantener en el oscurantismo al mundo laico, fue redactado en un lenguaje sencillo con el objeto que pudiera ser comprendido por todos. Amenofis III impuso el retorno a la teología heliopolita (por la que la soberanía reside en la corona sin la intervención directa de Amón, enajenando así cualquier autoridad al clero) y preparó el advenimiento de Atón, el radiante disco solar, con la intención de asimilarlo a las deidades solares asiáticas, buscando establecer una cierta uniformidad religiosa dentro de su Imperio. El Adonai sirio podría ser un ejemplo, dado el parecido etimológico (Adon en hebreo es “señor”, Adonai es el plural mayestático, usado para referirse a la deidad).

Amenofis IV, Akhenaton, llevaría hasta sus últimas consecuencias las ideas religiosas esbozadas por su padre, cortando drásticamente cualquier vínculo con el dogma religioso clásico e instaurando un monoteísmo militante completamente nuevo en su lugar.