martes, febrero 09, 2010

Impresiones de viajes XI





No hace falta decir que la caída de Nínive fue un acontecimiento muy celebrado, sin embargo la desaparición de Asiria, no significó nada en absoluto, pues Media se encontraba con la posibilidad de ocupar ese vacío, de hecho disponía de un ejercito poderoso, entrenado, pertrechado al estilo asirio y reforzado además con tribus escitas y cimerias (aun mas sanguinarias que los asirios), únicamente los acuerdos de la monarquía meda con Lidia y Babilonia, que eran sólidos y estaban avalados con los característicos enlaces matrimoniales de miembros de las casas reales, mantenían a las huestes persas en sus cuarteles. Esta situación cambió cuando el nieto del rey, el persa Ciro, apoyado por la diplomacia babilónica, la cual esperaba poder dividir en dos el enorme imperio medo, fue proclamado soberano por las tropas conjuntas medo-persas, que traicionaban de esa forma al hasta entonces rey medo Astiages. Sin embargo Ciro venció a la oposición meda, frustrando las aspiraciones babilónicas, unificó de nuevo el reino y trató bien a su depuesto abuelo, cosa que se salía de lo habitual y que se convirtió en una marca de fabrica de la diplomacia persa.
En tiempos de Aliates, el cuarto rey de Lidia si no tenemos en cuenta el mítico rey Lido contemporáneo de la guerra de Troya, el imperio lidio abarcaba Caria, las ricas ciudades de la costa jonica y Frigia, anexionada después de que el reino del famoso rey Midas sucumbiera a la ultima invasión cimeria, si bien estos países conservaron sus propios gobernantes y disfrutaban de una amplia autonomía. Los lidios no eran griegos, sin embargo la influencia griega en el país era determinante y antigua, al igual que su propia cultura impregnó a la griega fundamentalmente en aspectos como la música y las artes, pero ya durante el reinado de Creso, casado con una griega, se adoptó el alfabeto griego, llegando a ganarse el reconocimiento de las ciudades mas influyentes, Atenas y Corinto, también Esparta llegó a sellar una alianza con Lidia poco después de recibir como regalo una estatua de Apolo de oro, además hay constancia de que Creso hizo frecuentes e importantes donaciones al templo de Delfos. El éxito lidio provenía fundamentalmente del comercio y de sus recursos minerales; todo el mundo, incluida Babilonia y Egipto, mantenía intensos contactos diplomáticos y financieros con Sardes y su puerto Trebisonda debía ser uno de los mas activos del mundo (en castellano existe la voz “Trapisonda” que significa “bullicio, tropel”). Lidia, técnicamente podría ser la cuna del moderno capitalismo monetarista, puesto que Creso (otros dicen que Giges, otros que Ardis, otros que Sadiates) fue el primero en acuñar una moneda con efigie, el busto de un león, símbolo de la dinastía Mermnada, con un peso y una aleación garantizados; hasta entonces se traficaba con lingotes, de forma y factura diversa y con pesos o medidas como el óbolo y el dracma griegos, este ultimo equivalente al kedet egipcio.
Según la tradición, un oráculo en Delfos vaticinaba la caída de un imperio, en el caso de que Creso atravesara con un ejercito el río Halys, de manera que confiando en poder derrotar al ejercito persa y sin esperar a que llegara la ayuda que Amasis le había enviado, cruzó la frontera con Persia y descubrió que el imperio que debía caer era el suyo. Ciro, después de tomar Sardes, trató estupendamente a Creso, concediéndole la administración de un puñado de ciudades en Media, pasando a ser desde entonces una especie de consejero real en asuntos internacionales, tan eficaz que en solo unos meses, todas las ciudades griegas de Asia, fueron sometidas por el general persa Harpago. Ciro no quiso cruzar el mar y continuar hasta Occidente, prefirió ampliar sus posesiones por el Norte, Nordeste y al Sur hasta la India, con el objeto de asegurar para su imperio una inagotable fuente de ingresos.
Babilonia, que no hizo nada para frenar el desarrollo de los acontecimientos, tras un fugaz enfrentamiento, cayó en brazos de Ciro, que entró triunfalmente en la ciudad sin encontrar resistencia, lo que ha llevado a pensar que debía contar con partidarios influyentes, enemigos de Nabonido quien por otra parte pasaba demasiado tiempo fuera, en su residencia del oasis de Taima. Nabonido accedió al poder después de unos seis años de inestabilidad dinastica, derrocando a Labáshi-Marduk, nieto de Nabucodonosor, hijo de su yerno Neriglisar, que había depuesto a su hijo Amel-Marduk. Al parecer Nabonido se distanció del clero de Babilonia, fiel a Marduk, mostrándose adepto del dios Sin, un antiguo dios de la luna, rompiendo con el culto solar oficial. Además Nabonido no pertenecía a la casa real, posiblemente era de orígenes arameos, aparentemente nada le unía a la ciudad, sin embargo ante la amenaza de los persas, tuvo un controvertido gesto: regresó a Babilonia desde Taima y mandó reunir a todas las imágenes de los dioses en la ciudad, trayéndolas directamente de sus templos. Era habitual en aquella época que tras la conquista de una ciudad, los dioses patronos de la misma fueran “secuestrados” por el ejercito invasor y deportados a la ciudad vencedora, una forma de humillación que Nabonido tal vez trataba de evitar con esta medida, o quizás quiso obligar a que sus fieles acudieran a defender la ciudad, que en cualquier caso prefirió entregarse a los persas sin luchar. Nabonido, como Creso, fue bien tratado y nombrado sátrapa de Carmania. Tras la caída de Babilonia las ciudades fenicias no tardaron en someterse al dominio persa, lo que supuso para el imperio el acceso a la poderosa flota cadmea.
El papel de “elegido de Yahveh” que Ciro representa en la Biblia, indica que tal vez la comunidad judía de Babilonia, los descendientes de los deportados por Nabucodonosor, al igual por otra parte que el clero de Marduk, debian tener razones para considerar a Ciro como un libertador, es un hecho que autorizó el regreso de los israelitas a Canaan. en cualquier caso la formula que vinculaba a los reyes persas con la divinidad era distinta de la de los países del entorno, mientras que la moral egipcia considera al rey como “hijo de Ra” nada menos, la moral persa entendía que el rey es como mucho “el elegido de Ahura-mazda”, cosa que ya levantaba ampollas entre los príncipes feudales persas, una especie de “el ejecutor de la voluntad de dios” que vendría a ser lo mismo que “el que persigue el bien y administra con justicia en nombre de dios” de tal forma que en los países conquistados el monarca sería siempre titulado como “el elegido” de la divinidad local, el de Marduk en Babilonia, el de Zeus o el de Apolo en Lidia y Jonia, el concepto además potenció en la moral judía la primitiva idea del “Mesías”. Culturalmente los persas dependían en gran medida de Babilonia; al igual que los asirios, adoptaron la escritura cuneiforme y el arameo como lengua internacional, no obstante su moral religiosa era profundamente diferente de la babilónica y en ciertos aspectos, similar a la egipcia; convencida del más allá, tendente al monoteísmo y preocupada por el bien y el mal. El mazdeísmo predicaba una gran devoción al concepto de justicia, un principio asimismo fundamental de la religión egipcia, aun hoy vemos por todas partes, grabada obsesivamente en monumentos de todas las épocas, la pluma, símbolo de la diosa Maat.
La monarquía persa, a diferencia de la asiria, comprendió inmediatamente que para prolongar un imperio, tras las rudezas de la conquista, era imprescindible mostrarse generoso con los pueblos sometidos, cosa que los soberanos asirios entendieron demasiado tarde, de tal manera que por primera vez en la historia, la antigua idea del imperio universal que tantos reyes de distintos países habían saboreado solo mentalmente, estuvo en trance de verse realizada y aunque Ciro murió combatiendo a los masagetas de la reina Tomiris, su sucesor Cambises continuó en esa línea.

Amasis, después del fracaso de la expedición de apoyo a Creso, no volvió a enfrascarse en conflictos bélicos, con excepción de la ocupación de la isla de Chipre, punto neurálgico de contacto con la costa fenicia y el ámbito helénico.
Aunque ejerció como tal, no fue exactamente un faraón, vilipendiado al principio por sus orígenes ajenos a la nobleza, supo ganarse el afecto de la población, demostrando a lo largo de su prospero reinado, una indudable habilidad política.
Abandonó el protocolo real, tal y como hiciera mas de dos mil años antes Shepsheskaf, rechazando el nombre de Horus y el titulo de “hijo de Ra”, aunque adoptó el de “hijo de Osiris”, para sumarse a la corriente mística popular y distanciarse del culto oficial, de hecho su nombre solo viene precedido en las inscripciones, por la abeja y el junco, esto es, “rey del Alto y Bajo Egipto”, sin mas parafernalia protocolaria al uso, enfatizando con esto su independencia de la clase noble y su vinculación, por lo tanto, a los intereses de los ciudadanos.
Se casó con la hija del rey Battos II de Cirene, el ultimo rey griego, con lo que se daban por normalizadas las relaciones con dicha colonia, después del incomodo affaire de Apries, también dio una efectiva solución el problema de la aparente invasión de comerciantes griegos en Egipto, concentrándolos en su colonia de Naucratis, cosa que benefició tanto a griegos como a egipcios y para colmo, según “la crónica demótica”, un texto del año doscientos y pico antes de la era actual, Amasis convocó una asamblea de ciudadanos, para refrendar las reformas que debían llevarse a cabo, allí se gesto la supresión definitiva de los regimenes inmunistas de los templos, quedando revocado a perpetuidad , el infame derecho de los sacerdotes a cobrar impuestos privados, acabando así, de lo mas democráticamente, lo que había empezado Psametico I.
Con todo ello, Amasis aseguró la tranquilidad de su reinado, puesto que el activismo político del clero de Menfis era prácticamente nulo, a diferencia del de Tebas en épocas anteriores. Lo cierto es que la dinastía Saíta, a pesar de haberse esforzado en desposeer a la nobleza sacerdotal, en parte para ocupar la mano de obra desempleada, en parte para desactivar los recelos del clero, sembró el Delta de fantásticos templos y diversas obras monumentales, que conocemos solo por referencias de los autores clásicos greco-latinos, porque poco o nada se ha conservado.

La caída de Lidia en manos de Ciro, supuso la huida de inmensas fortunas
y de gran parte de la flota jonia, hacia las comparativamente humildes ciudades del Atica ateniense, riquezas que al parecer sirvieron de alguna forma para decantar las propias luchas políticas internas, que enfrentaban al partido democrático y al partido oligárquico en todo el mundo griego. En Naxos y Samos, Ligdamis y Policrates respectivamente lograron, no sin sangre, instaurar regimenes que debían asegurar un mejor reparto de la riqueza y en la propia Atenas ocurría lo mismo después que Pisistrato venciera en Maratón al partido oligárquico (no es la célebre batalla de la que creo que todos hemos oido hablar).
El puerto de Samos, había aumentado considerablemente su relevancia, hasta tal punto que solo la flota de guerra conjunta de Policrates y Amasis, podía hacer frente a las flotas jonias y fenicias en poder de los persas, sin embargo la defección de Policrates, seducido quizás por las riquezas que los persas le prometían, dejó tanto a Egipto como a toda Grecia en una delicada posición, la potencia militar persa tanto por tierra como por mar superaba ahora con creces las posibilidades egipcias, en realidad, la flota era su única fuerza, puesto que el ejército de mercenarios jonios, había perdido mucho de su furor combativo desde que Jonia fuera anexionada al imperio persa.

Bien puede decirse que al circo que Psametico III heredó a la muerte de Amasis, le crecieron los enanos. El capitán general del ejército egipcio, Fanes de Halicarnaso, se pasó al enemigo y entregó a Cambises, los detalles de la defensa de Egipto. Mas tarde el antiguo canciller de Amasis, gobernador de Sais, Udjahorresne, convertido por Psametico III en almirante de la flota, obraría de igual forma que el general jonio. Con los informes de Fanes, Cambises se plantó ante Pelusa con un impresionante ejército, derrotando después de una larga y cruenta batalla, a las tropas egipcias. Sais no opuso resistencia, Heliopolis fue conquistada y el rey se refugio en Menfis que en principio se negó a capitular. La ciudad fue asediada y aunque terminó por rendirse, sufrió las crueles represalias con las que los persas solían estimular la cooperación en los países recién conquistados, el propio Psametico fue torturado física y psicológicamente y su familia asesinada. Mas tarde Cambises, siguiendo la costumbre inaugurada por Ciro, quiso mostrarse magnánimo y resarcir a Psametico proponiéndole gobernar Egipto como sátrapa, sin embargo Psametico, obviamente resentido, intentó provocar un levantamiento popular y acabó siendo ejecutado.
Dueño de Egipto, Cambises le había echado el ojo a Cartago, pero la flota tiria se negó a combatir contra sus compatriotas, entonces dirigió su punto de mira a Grecia. Entre tanto, decidió proclamarse faraón, apelando a ficticios derechos de sangre, se arrogó todos los títulos reales, declarándose “hijo de Ra” y con el insustituible consejo de Udjahorresne, a pesar de los múltiples sacrilegios en los que al parecer había incurrido durante la conquista, buscó el apoyo del partido sacerdotal, la antigua nobleza y las clases poderosas; los enemigos de Amasis, sumamente interesados en recuperar sus antiguos privilegios. A la muerte de Cambises, una revuelta meda, colocó en el poder al mago Gaumata, sin embargo una alianza de los siete señores feudales persas, el máximo órgano de poder, lo destronó a los pocos meses, poniendo en su lugar a Dario. Este se dedicó a dar forma al imperio persa, organizándolo en satrapias, estableció redes de comunicación como la que enlazaba extremos tan distantes como Sardes con Susa; en Egipto construyó algunos templos y terminó el canal proyectado por Necao, que unía el Nilo con el Mar Rojo en Suez, obra verdaderamente faraónica, que abrió la ruta de la India directamente a las ciudades del Delta, poniéndolas en una posición comercial que secularmente había pertenecido a Babilonia y que marcará el comienzo del declive de la milenaria ciudad mesopotámica.

Dario representaba en el mundo de entonces, el poder absoluto de la monarquía, en Egipto fue “el elegido de Amón” y en todos los países sometidos, siempre apoyó explícitamente al partido oligárquico y tradicionalista, frente al creciente empuje de las ideas democráticas emanadas de Egipto y que bullian en plena efervescencia al otro lado del mediterraneo, en Atenas, desde donde el eco de sus conquistas, rebotaría en todas las costas a un lado y otro del mar, extinguiendo, con la excepción de Cirene, todas las monarquías existentes, siendo sustituidas en la mayoría de los casos, por magistrados electos. Poco después de que el partido democrático de Atenas rechazase la invasión persa en la celebre batalla de Maratón (esta sí es la famosa), una aparentemente espontánea rebelión popular anónima, en todo el territorio egipcio, de la que no se conocen jefes ni instigadores, logró expulsar por unos meses a los persas, fundamentalmente porque Dario enfermaría y moriría poco después, en realidad el destino de Egipto esta vez estaba sentenciado, nuevos protagonistas interpretarán en adelante los viejos papeles, aunque Egipto no desaparecerá de un plumazo, como Hatti, Mittani o Asiria, el declive de su varias veces milenaria civilización, será lento y prolongado, como no podía ser de otra forma.