miércoles, marzo 10, 2010

Impresiones de viajes XII y final.



Después de los fracasos militares de Darío, en Egipto, Grecia y Escitia, su sucesor Jerjes se propuso terminar con la racha, comenzando por retomar Egipto, al que impondría un incremento considerable del tributo, aun así insignificante, para el momento económico que atravesaba Egipto, gracias al canal de Suez. En seguida se empleó en sofocar la rebelión de Babilonia, que no estaba contenta con la escasa relevancia comercial a la que se había visto abocada desde que Darío terminara el canal, aunque no se conformó con un escarmiento, arrasó la ciudad de tal forma que ya nunca volvería a ser lo que fue y para asegurarse de ello se llevó la efigie del dios Marduk a Susa. Las rutas comerciales, los contactos que unían las costas jonicas con la India, se habrían roto después de la destrucción de la Gran ciudad, de no ser por que las ciudades fenicias se hicieron cargo del entramado comercial babilónico; perdida su flota en gran parte tras los desastres militares de Darío, incapaces de competir con la clara hegemonía naval de los griegos, se vieron empujadas al comercio continental.
Aunque la estrafalaria alianza de Esparta y Atenas fue en un principio derrotada en la famosa batalla de las Termopilas, (la de la peli de “casi 300”), dicho enfrentamiento no fue mas que un amortiguador diseñado para frenar la violencia del primer golpe, en realidad la población de Atenas ya había sido evacuada a las islas, permaneciendo en la ciudad solo un puñado de moscas cojoneras para estorbar el saqueo, siguiendo una deliberada estrategia de desgaste, única manera de enfrentarse al descomunal ejercito de varios cientos de miles de hombres que Jerjes, según la costumbre persa, había movilizado, un eficaz plan que condujo a los invasores al desastre naval de Salamina y la posterior derrota de Platea; el comparativamente despreciable ejercito ateniense incluso consiguió arrebatar la costa jonica a los persas.
Después de aquello, Jerjes perdió el interés por Grecia; al parecer echaba de menos los placeres de palacio, a los que se dedicaría con fruición hasta que fue asesinado por su mano derecha, Artabano, quien entregó el mando a Artajerjes, uno de los hijos del propio Jerjes.
Renunciando a los despliegues militares, Artajerjes optó por la intriga y la “diplomacia”, de tal manera que a lo largo de su reinado financió sucesivamente a espartanos contra atenienses primero y viceversa después, un juego que los griegos conocían bien y al que sin embargo no pudieron sustraerse.
Egipto se habia rebelado nuevamente a principios del reinado de Artajerjes, sin embargo Persia seguía enmarañada en los conflictos con los griegos y en ese momento no se encontraba en disposición de hacer otra cosa; parte del problema era que el ejercito persa propiamente dicho, no se ocupaba ya solo de la seguridad de las fronteras, sino que se veía en la necesidad de enfrentar las rebeliones internas, el régimen de satrapías había conducido a la monarquía a autorizar la autonomía militar de los sátrapas, que se hicieron paulatinamente mas independientes, arrogándose muchos de ellos el titulo de rey de su territorio, un síntoma de feudalización de la monarquía, desde ese momento ya mucho menos absoluta.

La revuelta egipcia fue un acontecimiento singular porque fue posible únicamente gracias a la flota ateniense y que no tenia nada que ver con la anónima rebelión ocurrida durante el reinado de Darío, esta tenia nombres; Inhor, quien al parecer ejercía de gobernador del Delta, secundado por Amirteo de Sais, un descendiente de la dinastía Saíta, quienes se hicieron con el control de Egipto, logrando rechazar a las tropas persas en Papremis, cuyos restos consiguieron atrincherarse en Menfis, si bien la ciudad fue tomada por el ejercito combinado greco-egipcio, la ciudadela continuó en manos persas. De momento parecía que se había conseguido el objetivo, pero al poco, la practica totalidad de la flota ateniense tuvo que abandonar Egipto, requerida con urgencia en su propia ciudad, que estaba siendo asediada por una coalición de Egina, Esparta y Beocia liderada por Corinto, quedando tan solo seis mil atenienses para apoyar a Inhor, cifra del todo insuficiente para enfrentar a las desorbitadas cantidades de personal que en ocasiones como esta solian movilizar los persas. Cuando Artejerjes se presentó de nuevo en Egipto a los griegos no les quedó mas remedio que quemar sus propios barcos para evitar que cayeran en manos enemigas tras la inevitable derrota, después de la cual Inhor herido sería enviado a Susa, donde acabó siendo ejecutado, no así Amirteo, que resistió, conservando gran parte del Delta, a la espera de que Atenas estuviera en disposición de ayudarle de nuevo, sin embargo un acuerdo de paz de gran trascendencia histórica, marcó el final de las guerras medicas e impidió a Atenas acudir en apoyo de Egipto, a pesar de lo cual la parte oriental del Delta continuó siendo independiente. La paz de Cimón, como vino a llamarse, el acuerdo entre griegos y persas, significó para la monarquía persa la renuncia al sueño del “Imperio universal” de Ciro y para la Atenas de Pericles y la sociedad futura, el triunfo del partido “democrático”.
Artajerjes, interesado en evitar futuros altercados y siguiendo la costumbre aquemenida, restableció a Tanniras, hijo de Inhor y a Pausiris, hijo de Amirteo en los dominios de sus padres y probablemente consintió igualmente que un tal Psametico, otro hijo de Amirteo quizás, permaneciera independiente, de él sabemos que mandó cuarenta mil medidas de trigo a Atenas, en una ocasión en que la ciudad atravesaba un momento de necesidad. Al parecer el Alto y Medio Egipto permanecieron en poder de los persas, a decir verdad, de lo sucedido desde la conquista, se depende de fuentes griegas y latinas, bastante confusas y a menudo contradictorias, porque de casi nada de esta época ha quedado constancia, aparte de las escuetas inscripciones de alguna efigie o sarcófago, que pudieron escapar de las represalias persas.
A la muerte de Artajerjes le sucedió Jerjes II, que llegó a reinar mes y medio, mas o menos, hasta que fue asesinado por su hermano Sogdiano, quien solo disfrutó del poder durante seis meses y pico, ya que Oco, sátrapa de Hircania, se levantó en armas contra el, derrotándolo. Dario II, como se hizo llamar, en materia internacional reconoció la independencia de Egipto y continuó la política de Artajerjes, financiando y fomentando las rivalidades entre las ciudades griegas, de hecho Esparta firmó un acuerdo con Susa por el cual se comprometía a entregar todas las ciudades de Jonia a cambio de financiación para vencer a Atenas, una miserable revancha del partido oligárquico que daría lugar a las tristemente famosas guerras del Peloponeso.
A la muerte de Dario II Oco, su hijo Arsaces, alias Artajerjes II se disputó el trono con su hermano menor Ciro el Joven, quien apoyado por Esparta con diez mil mercenarios, aspiraba a convertirse en el nuevo soberano, pero los griegos no pudieron llegar antes de que Ciro sucumbiera y tuvieron que huir en desbandada; el jefe de la expedición espartana acabó en manos de Amirteo, quien decidió ejecutarlo sin parar en mientes. Amirteo con el apoyo de Esparta, convertida ahora en enemiga del “Gran rey” a causa del asunto de los diez mil, quiso reconquistar Fenicia, pero murió en el intento. Manetón dice que Amirteo funda la XXVIII dinastía egipcia, otros dicen que nó, puesto que su sucesor Neferites, quien trasladó la capital a Mendes, no era pariente suyo y ni siquiera era de Sais. Neferites que inicia la dinastía XXIX, llegó a reinar menos de una decada, asi que mientras al otro lado del mediterraneo, Atenas se rehacía frente a Esparta, gracias a la maquina financiera persa, en Egipto, a los efimeros y casi desconocidos Muthis y Psammutis que apenas debieron gobernar unos meses cada uno, les siguió Acoris, quien reanudó las relaciones con Atenas, enviando importantes cantidades de trigo como regalo, ya que en ese momento se veia amenazada nuevamente por Esparta, que para variar, de nuevo habia prometido a los persas, entregar Chipre a cambio de que estos dejaran de financiar a los atenienses, lo cual afectaba directamente los intereses egipcios para los cuales esta isla era de interés neurálgico, por lo que Acoris se esforzó en mantener la hegemonía egipcia en la isla y financió además revueltas en Caria y Jonia, que mantuvieron por un tiempo a los persas suficientemente ocupados.

En realidad la lucha entre los griegos, era un enfrentamiento de trasfondo básicamente económico (que raro ¿no?), Atenas estaba ciertamente empleando técnicas comerciales imperialistas, que atenazaban a otros centros comerciales griegos, como Corinto. Por otra parte Esparta, junto a Beocia, representaban los últimos reductos del partido oligárquico y aristocrático, frente al enorme poder que habían adquirido las democracias, en aquellos momentos, las lechuzas de las monedas atenienses habían hecho desaparecer el darico del mediterráneo.

Sin embargo las actividades bélicas de los persas, nunca estuvieron impulsadas por intereses económicos, ya que desde los mismos comienzos de la dinastía aquemenida, sus monarcas siempre fueron asquerosamente ricos, debido a su sistema de tributos, que gravaba la tierra y no la riqueza de un pais, es decir, el sistema económico persa, que se alimentaba de tributos como todos los imperios, imponía sus tasas en función de la producción estimada a partir de la cantidad de tierra cultivable, así se explica el interés de Ciro, después de la conquista de Lidia, por hacerse con las inmensas estepas del Norte y el Este, antes de aventurarse hacia occidente. Lo que movía a la dinastía aquemenida era un puro afán de dominación, el imperio universal anhelado por Ciro, una absurda quimera en la que todavía algunos estúpidos poderosos se obstinan y que en aquel momento de enorme expansión cultural, condujo a la humanidad a una vorágine de violencia, en la que se quemaron las energías que debían haber servido para otra cosa.
En Egipto tampoco faltaban las luchas intestinas, la monarquía apoyándose en las relaciones comerciales con el extranjero y en la ciudadanía se encontró, desde la llegada de los persas, con un muro siempre que intentó un acercamiento al clero, su enemigo tradicional desde las reformas de los reyes Saítas. Se produjo incluso una relativa recuperación del desprestigiado dios Amón; la mayoría de los reyes volvieron a edificar en Karnak o Luxor, con el doble propósito quizás de halagar al clero afirmando al mismo tiempo su soberanía. La inocua figura de la divina adoratriz de Amón desaparece del culto y el clero de Amón elabora una nueva teologia a partir de la menfita, por sustitución, Amón-Ra por Atum-Ptah y Amón-Min por Ptah-Osiris. En realidad la clase sacerdotal se había distanciado demasiado del sentimiento popular y por doquier, obviando el sistema religioso oficial, cada cual seguía a su dios particular, aunque se llega a dar la circunstancia de que el devoto no menciona ya el nombre, cuando se dirige a la divinidad sino que se refiere a él solo como “dios”, “mi dios”, lo cual esconde sin duda una concepción monoteísta, a la que siempre tendió la religión egipcia. Desde la dinastía saíta, un antiguo concepto como el eterno conflicto entre Horus u Osiris, en el papel del bien y Seth en el del mal, aparece representado por la lucha de los dioses (Seth incluido) contra los demonios, como un síntoma de la influencia de teologías ajenas a la tradición egipcia, de hecho ya por entonces se acumulaban en todo el territorio templos dedicados exclusivamente a divinidades extranjeras, en una atmósfera de tolerancia y sincretismo generalizado, si bien el templo judío de Yahveh en Elefantina fue destruido, tras una revuelta popular dirigida por el clero, puesto que los judíos resultaban absolutamente refractarios a determinados aspectos tanto de la religión persa como de la griega o egipcia, fundamentalmente en relación con la vida de ultratumba, que los judíos negaban, aunque con toda probabilidad la razón ultima fue algún conflicto de carácter económico entre la comunidad hebrea y la egipcia que no nos ha llegado.
A Acoris le sucedió Neferites II pero fue destronado a los cuatro meses de reinado por el gobernador de Sebennitos, Nectanebo, con el apoyo del clero de Sais, aunque es posible que reinara aun en vida de Acoris, fundando la XXX dinastía. El clero de Sais fue largamente recompensado con el diez por ciento de los derechos de aduana y otras sustanciosas prebendas, a costa claro está de los ciudadanos, además Nectanebo hizo generosas donaciones a los templos, restauró y edificó en todas partes, pero no consiguió ganarse con ello al clero, que únicamente deseaba el retorno de unos privilegios, que Nectanebo no quería darles o que no estaba en su mano conceder. Entre tanto, Arsaces intentó de nuevo invadir Egipto con un ejército de doscientos mil soldados, pero tuvo un importante error de cálculo al hacerlo durante la crecida, viéndose obligado a desistir. Diversas autoridades persas se rebelaron a raíz del estrepitoso fracaso; el sátrapa de Frigia, Ariobarzanes, el general de las tropas de Asia menor, Autofrádates, y Dadamis que fundó un reino a orillas del Ponto Euxino. En ese momento y aprovechando la situación, Atenas aliada con su antigua enemiga Tebas, derrotó a Esparta, que no podía recibir ayuda de los persas, enfrascados como estaban en sus propios conflictos internos, sin embargo Atenas, exhausta, no podía ya financiar una guerra larga, de manera que llegó a un acuerdo con el rey de Esparta, que por entonces, arruinado, vendía sus servicios como mercenario al mejor postor.
La paz de Calias y los conflictos internos en Persia, trajeron un momento de respiro al mundo griego. La nueva situación debería haber permitido a Nectanebo rehacer el país, pero tuvo que dejar el poder en manos de su hijo Teos, ante la falta de apoyos que encontraba tanto de la ciudadanía, que se sentía traicionada, como del siempre insatisfecho sacerdocio. Inmediatamente después de subir al trono Teos reanudó las relaciones con los griegos, disponiéndose a reclutar un ejercito suficiente, para lo cual puso en marcha una serie de mecanismos administrativos desesperados, que no le trajeron ninguna simpatia desde ningun sector social: aumentó disparatadamente los impuestos y expropió a los sacerdotes de los privilegios adquiridos, ademas todos los egipcios fueron “invitados” a donar sus joyas al Estado y se reactivó el servicio militar, la idea era vencer o morir, Teos estaba dispuesto a sacrificar el todo por el todo, de manera que con los ochenta mil soldados y los doscientos cincuenta trirremes que fue capaz de reunir, quiso reconquistar Siria y en un principio le iba bien, hasta que en Egipto, aprovechando la ausencia del ejercito, el clero provocó una insurrección a la que se sumó el gobernador del país durante la campaña, el propio hermano de Teos, quien mandó volver a su obediente hijo Nectanebo, arrastrando consigo a los mercenarios espartanos, a quienes por otra parte, no les hacia ninguna gracia pelear junto a los atenienses, los cuales en vista de las circunstancias optaron por volver a Atenas. Teos, abandonado por todos, acabo entregándose a los persas.
Entre tanto en Persia, Artajerjes III Oco, accedía al poder en medio de una serie de intrigas palaciegas, magnicidios e incluso suicidios y para no desentonar ordenó la ejecución de todos sus hermanos. Fracasó en un primer intento por reconquistar Egipto, viéndose reclamado su ejercito en Asia menor, para sofocar una rebelión motivada por un reciente edicto que obligaba a las satrapias a deshacerse de sus mercenarios griegos, promulgado con la clara intención de desarmar a los satrapas, a fin de restablecer la autoridad imperial, cuya credibilidad se hallaba muy mermada por entonces a causa de los excesos de los propios monarcas aquemenidas, que han pasado a la historia con fama de sibaritas, crueles y viciosos empedernidos.
Los sacerdotes obtuvieron todo cuanto quisieron del sobrino de Teos, Nectanebo II, recuperaron sus privilegios y dispusieron además de una importante parte de los incrementados impuestos, provisionalmente establecidos por su tío a propósito de la campaña siria y que pasaron a ser perpetuos en virtud de la avaricia de los sacerdotes, quienes en resumen antepusieron sus intereses de clase a los del país, por lo que obviamente las clases populares, los únicos que pagaban impuestos, se rebelaron aunque los espartanos de Agesilao aplastaron la revuelta. Nectanebo perdió todo el apoyo de las ciudades y se vio obligado a reclutar mas mercenarios para sustituir las tropas que las ciudades les negaban, con un consiguiente aumento de los gastos que le obligó a sacrificar la flota, su unica fuerza. A la hora de la verdad, cuando Artejerjes se presentó en Pelusa al mando del acostumbrado ejercito de centenares de miles de guerreros, el rey se vio traicionado por los altos cargos de la administración, por sus generales y por los espartanos, así que fue a refugiarse a Menfis antes de huir mas al Sur, acabando por desaparecer en Nubia.
Egipto estaba deshecho, socialmente dividido, fruto de la indignación de unos ciudadanos sometidos a pesadas cargas fiscales, para mayor gloria de la casta sacerdotal, los ricos y terratenientes. Artajerjes consiguió lo que sin duda habría querido Nectanebo, aunque sus métodos no fueron definitivamente nada ortodoxos: sometió a todo tipo de maltrato a la población civil, arrasando pueblos y ciudades, asoló los templos, derribó monumentos e incluso extrajo a los mismos dioses del sancta sanctorum deportándolos a Susa, generando con todo ello un sentimiento de odio que sirvió para despertar extemporáneos sentimientos nacionales frente al invasor extranjero, lastima que ya fuera tarde. A pesar de la ocupación persa, un rey fue suscitado y durante dos años Khabbash protagonizó los sueños de un sector de la población que añoraba la independencia, pero la política de tierra quemada y pillaje que desarrollaron tanto Artajerjes III Oco, como Dario III Codomano, su sucesor tras claro está el característico conflicto dinástico previo, no permitió que cuajase ningún conato de unidad social.
Sin embargo en el apogeo del esplendor, el imperio persa se deshacía, no fue capaz de hallar la formula que compaginase los intereses del mundo marítimo mediterráneo y los de Asia continental, las sociedades de las satrapias costeras se movían con un ritmo de rápidos y profundos cambios adaptándose a las eventuales circunstancias económicas y sociales que genera la ley de la oferta y la demanda, circunstancia que las diferenciaba de las demás y sobre todo de las inmovilistas satrapias agrícola-ganaderas del Este, el verdadero bastión económico de los soberanos persas, el resultado era una disparidad de intereses que la monarquía, cada vez mas distante y maniática, no fue capaz de enfrentar.

Grecia explotaba de creatividad, llevando su influencia a todos los puntos del mediterráneo, la filosofía, las ciencias, el arte, todo ello elaborado desde la materia prima, que fueron los prestamos tomados de las principales fuentes del entorno, Egipto y mesopotamia, materiales que una vez filtrados por la lente del racionalismo griego, reelaborados y despojados del fárrago, los adornos y el propio envoltorio místico, permitieron a la ciencia y el pensamiento antiguo pasar a formar parte del mundo moderno. Sin embargo el mundo griego era un puro conflicto detrás de otro, sometido a las tensiones internas, le estaba costando alcanzar el equilibrio necesario para proyectarse hacia el futuro. Filipo de Macedonia aprovechandose de la desunion reinante, sometió con facilidad a las ciudades que se le opusieron, entre ellas Atenas, ciudades que acusaban ya un profundo desgaste, al final de las guerras medicas, aunque a punto estuvo de quebrarse el destino de la monarquia macedonica, cuando Filipo fue asesinado en Pella. Su hijo Alejandro, después de eliminar a casi todos sus parientes rivales, redujo a las ciudades griegas que se habian rebelado a la muerte de su padre y acto seguido se lanzó a la conquista del mundo, aprovechandose de las divisiones internas de los satrapas persas; con asombrosa rapidez se apoderó de toda Asia menor y las ciudades de la costa fenicia excepto Tiro, que por resistirse sufrió las consecuencias del colerico carácter del macedonio, al igual que Gaza que también se resistió. En este punto, Alejandro optó por continuar su aventura primero en Egipto en lugar de dirigirse directamente a Susa.
Parece ser que Alejandro era en realidad bajito y como algunos otros desgraciados especimenes humanos, Napoleón, Hitler, Mussolini, Franco etc., megalomano y bipolar, de tal manera que fue tremendamente cruel con quien se le opuso, pero siempre gustaba de mostrarse magnanimo y condescendiente con los que se sometian a su voluntad. Alejandro seria recibido en Egipto como lo pudo ser Ciro en Babilonia, aclamado como un libertador, mas aun, en ningún momento fue considerado como un extranjero por la clase dominante egipcia, no tuvo ninguna dificultad para hacerse proclamar faraón, visitó el templo de Siwa donde se hizo nombrar hijo de Amón y aunque estableció la capital en Menfis, volcó todo su interés en Faros, el tradicional y milenario punto de encuentro de Egipto con el mundo mediterráneo, allí fundó Alejandría, que rápidamente se convertiría en la mayor ciudad del mundo y punto de irradiación del helenismo puesto que iba a ser la capital administrativa de los Ptolomeos y el mayor centro comercial del mediterráneo hasta la Roma de Catón.
la cultura estrictamente egipcia a partir de los Ptolomeos, entrará en una profunda decadencia, de la que no volverá a resurgir, desaparecerá ahogada en el remolino del helenismo, porque a diferencia de Alejandro, los Ptolomeos no eran en absoluto deseados, puesto que para ellos Egipto solo era una colonia, un centro de explotación y disfrute, a pesar de lo que la propaganda estatal ordenase inscribir en templos y estatuas, los Lagidas eran griegos y como tales eran percibidos por la población. A las instituciones y autoridades egipcias les fue superpuesto un aparato administrativo dirigido exclusivamente por griegos, a decir verdad Egipto en general pasó a un segundo plano, ensombrecido por el fulgor del faro de Alejandría, una ciudad que era fundamentalmente griega. Los Ptolomeos trataron de aparecer como los continuadores legítimos de los faraones y en determinados aspectos actuaron como tales, en obras de infraestructura y restauración, incluso elaboraron una suerte de sincretismo alrededor de Serapis, un dios de nuevo cuño, mezcla de Osiris y Apis, porque Amón, el elegido de Alejandro era un dios impopular, pero las maneras y las formas en Palacio eran extranjeras, Ptolomeo I Soler encargó a Manetón que compusiera una Historia de Egipto, lo que podría parecer que demostraba tener algún interés por el país, pero esto solo respondía al afán enciclopedista del helenismo, cristalizado en la Biblioteca de Alejandría que el mismo fundó y que llegó a tener cerca del millón de obras que abarcaban todos los ámbitos del conocimiento. Aun no se sabe a donde fueron a parar todos esos libros, se le suele echar la culpa a el Califa Omar, que parece ser que que ordenó la quema de miles de libros, pero ya Aureliano habia arrasado la ciudad y probablemente destruido la biblioteca, mucho antes, inaugurando una costumbre que continuarian mas tarde Diocleciano y Teodosio el Grande, tampoco los cristianos desde Constantino parece que mostraran demasiado aprecio por las cosas "paganas", asi que probablemente Omar solo fue el ultimo.

Heródoto nos ha dejado sus, tan personales, impresiones y anécdotas sobre Egipto; el cual debió visitar durante la dominación persa, por el sabemos que los antiguos egipcios no se saludaban de viva voz cuando se cruzaban por la calle sino que bajaban las manos hasta las rodillas, dato no menos interesante por intrascendente. A Manetón, sacerdote de Ra, le conocemos únicamente a través de los autores griegos y latinos, ya que toda su obra original se ha perdido. El Papiro Insinguer contiene una colección de máximas que recogen el modo de entender la vida en Egipto en tiempos de las últimas dinastías, que no era otro que el del ciudadano pequeño burgués de la época, tan parecido al de tantos de hoy en día.
Claro que hubo revueltas, Horunnefer se apoderó de Tebas que se mantuvo independiente durante un par de años en tiempos de Ptolomeo IV Filopator, al igual que Licopolis. Plagada de intrigas palaciegas, la dinastía de los Ptolomeos se prolongó hasta los primeros años de la era actual, aunque convertida en un juguete de Roma, el centro del comercio en el mediterráneo se desplazó de Alejandría a Rodas, recientemente anexionada por Roma, además las guerras entre esta ultima y Cartago, acapararon todo el protagonismo en el area. Egipto se vio empujado, con excepción de Alejandría, a la economía cerrada y al ostracismo hasta que pasó a ser una provincia Romana.
La historia de Egipto evidentemente no acaba aquí, aunque no goce de muy buena salud, aun existe un país llamado Egipto pero por suerte o por desgracia nada tiene que ver con el antiguo KMT, bueno una cosa parece no haber cambiado, los griegos ya decían entonces que el egipcio medio era básicamente un hombre de negocios.
Desgraciadamente a la generación de los que ahora rondan los cuarenta, se les enseñó que los faraones eran todos unos opresores y que la ancestral cultura egipcia estaba equivocada, al parecer nadie les habló correctamente de los esfuerzos en pos de la justicia social de Sheseskaf, de Amenofis IV, de Bocchoris, de Psametico, de Amasis, se silenció el hecho de que en términos generales la antigua cultura egipcia proporcionó a una gran parte de la población, niveles de riqueza y bienestar nunca soñados desde la dominación árabe. Bajo el aprendido desprecio con el que consideran el pasado, aun puede apreciarse algo de orgullo, un sentimiento un tanto artificial, rescatado hace poco mas de doscientos años del deliberado olvido secular que impuso el Islam después del descrédito de los coptos, de hecho aunque a primera vista los egipcios parecen árabes, a ellos les gusta pensar de si mismos que son ante todo egipcios, que siguen siéndolo y que se les identifique con los saudís les hace la misma gracia que a un francés lo confundan con un inglés. En cualquier caso, los voluptuosos rituales osiríacos y las antiguas fiestas multitudinarias han desaparecido sustituidos por los rígidos usos islámicos, lo mismo que los europeos sacrificaron las orgiásticas bacanales por el patetismo de la semana santa; ya no se construyen impresionantes galerías hipostilas, como ya no se construyen catedrales, pero sin embargo los imanes, el clero actual, pisotea cotidianamente los derechos humanos con la misma frivolidad que los banqueros, el sacerdocio de la nueva religion occidental, mientras ambos, unos y otros, manejan y azuzan a las masas, unas contra otras de tal manera que a pesar de todo, en este sentido no parece que nada haya cambiado mucho, en ninguna parte.