lunes, marzo 12, 2012

Maravillas del monoteismo: siglo VII






Cuando se habla del imperio bizantino, tema de conversación por otra parte no muy frecuente, lógica e ineludiblemente se hace mención de Constantino y de Justiniano, sin embargo se pasa sistemáticamente por alto que el Islam surge en el siglo VII, en tiempos del emperador Heraclio por lo que sería justo que se le dedicara un poco de atención.

La rebelión que empezó su padre, exarca de Cartago y de su tío, contra el gobierno de Constantinopla, acabó con el gobierno del terror que había implantado con el apoyo del Imperio Persa, el general Focas, a quien el propio Heraclio ejecutó personalmente. En seguida tuvo que enfrentar las tribus germanas que se colaban por un desguarnecido Danubio, mientras los Sasanidas le arrebataban, Egipto Siria y Palestina. Paliado el problema de las fronteras europeas, Heraclio en lugar de tratar de reconquistar las provincias imperiales perdidas en manos de los persas, se dirigió directamente al corazón de Persia, donde trabó alianzas con turcos y jazares que le permitieron llegar a las puertas de Ctesifonte, momento en el que la propia nobleza persa le entregó en bandeja a Cosroes, tras lo cual el imperio persa desaparece atomizado en multitud de reinos feudales. Durante la campaña persa, que dirigió personalmente, Constantinopla fue asediada por los avaros, sin embargo la ciudad resistió. Tras reconquistar Siria y Palestina y al parecer con la intención de canalizar la animosidad interna del cristianismo contra un enemigo común, Heraclio se enzarzó en una cruzada antijudía en Tierra Santa con la excusa de haber recibido estos, en su momento, a los persas como libertadores. El acoso bizantino a las comunidades judías obligó a muchas de estas a emigrar hacia algunas de las principales ciudades árabes, donde algunas tribus profesaban el judaísmo. Quizás toda esta inmigración excitó un cierto nacionalismo entre los árabes, lo cierto es que en estas circunstancias Mahoma recibió la revelación, no sin que antes el arcángel Gabriel le extirpara a corazón abierto la raíz del mal de su pecho, como si fuera lo mas normal, una exegesis menos anatómica sería identificar “el deseo” residiendo en el corazón, como la fuente del mal, aunque sin duda no es tan impactante. Después de toda esta actividad bélica, el grueso del contingente militar bizantino se encontraba exhausto, demasiado como para prestar atención a lo que estaba ocurriendo en la zona central de la península Arábiga, un área relativamente aislada, una red de activos centros caravaneros separados por extensas zonas desérticas, regentada por árabes; árabes cristianos como los lakmidas asentados por los persas en Mesopotamia, árabes judíos de Yatreb, ciudad que luego se llamaría Medina y árabes beduinos si bien los verdaderos dueños de esta red eran los ricos traficantes judíos, sirios y griegos que vivían en las opulentas provincias imperiales de oriente medio.

El panorama místico era, cuando menos, complejo a principios del siglo VII de la era actual, sobre todo en el seno del cristianismo, donde las matanzas protagonizadas por turbas enardecidas de uno y otro signo, estaban a la orden del día, o quizás existían otros intereses mucho mas banales; la religión que eligió Constantino para dar solidez a su Imperio trescientos años antes se encontraba enredada en un debate insoluble desde una perspectiva religiosa: la naturaleza de Jesús, una discusión bizantina que en realidad se prolonga hasta la actualidad, con la teoría extraterrestre que es probablemente la mas reciente. Los coptos egipcios eran monofisitas, una versión deísta, es decir negaban la naturaleza humana de Jesús y desde le siglo III estaban muy entretenidos magullando y desfigurando imágenes y textos de las paredes de unos monumentos que ya no comprendían y consideraban obra del demonio. En Bizancio triunfaba también el monofisismo a pesar del intento sincretista del monotelismo auspiciado por el emperador. El nestorianismo era difisita, es decir creían en la naturaleza mixta de la persona de Jesús y junto con el monofisismo y la doctrina maronita, se disputaban Mesopotamia, Siria y Palestina y en el norte de África e Hispania se propagó el arrianismo, doctrinas todas ellas calificadas de heréticas por la Roma Trinitaria con excepción de la maronita que solo era pintoresca. Mahoma, al parecer solicitó para su doctrina, el reconocimiento del judaísmo, un acto de ingenuidad tal vez, propio quizás de quien cree en lo que dice, pero como lo que pedía era del todo imposible, desde ese preciso momento se dejó de rezar en dirección a Jerusalén y los judíos pasaron a ser los peores enemigos del Profeta.

Realmente el escenario espiritual respondía a una mas profunda realidad política y económica: el Imperio Romano de occidente se encontraba en vías de descomposición, los emperadores romanos ya no eran ni emperadores ni romanos sino reyes godos y ya no vivían en Roma sino en Ravena como ricos terratenientes, de manera que la llamada ciudad eterna con todo su prestigio en realidad se hallaba en manos de la Iglesia Católica que de facto ejercía como un poder temporal incluso mas estable que el propio poder civil, siempre ocupado en constantes guerras fronterizas e intrigas palaciegas. Diversas monarquías germanas, segmentaron la superficie europea, el único verdadero emperador romano era el de Constantinopla, quien después de la victoria sobre los persas, restableció las rutas comerciales de occidente con China y la India, que estaban en manos persas. A la muerte de Heraclio, el catolicismo romano se hallaba técnicamente contra las cuerdas, rodeado por monofisitas y arrianos, es decir el concepto de Trinidad estuvo a punto de verse convertida en herejía, sin embargo supo salir del embrollo con un golpe de efecto: coronando al jefe de los francos como rey de la Galia a condición de que hiciera frente a las invasiones germanas y se convirtiera al cristianismo, cosas que en realidad no hizo muy bien, pero aun así el destino del monofisismo, una doctrina de base popular , al contrario que el catolicismo aliado de los ricos terratenientes, al estilo de los cultos de Osiris y Amón en el Egipto antiguo, fue sentenciado inesperadamente por los árabes, realmente gracias a los cuales, el catolicismo pudo llegar a ser. Gregorio Magno, el Papa de Roma, ordenó de inmediato la evangelización de los bretones y le fue bien hasta que las tribus normandas empujaron a los bretones hacia el Oeste, Irlanda y también la Armorica, que por eso se llama hoy Bretaña. Con el tiempo los normandos acabarían convirtiéndose al cristianismo al igual que Bizancio. El Imperio Católico comienza.

Antes de morir, Mahoma había logrado unificar a la mayoría de las tribus bajo un sentimiento nacionalista amparado por el nuevo dogma, que por otra parte, a ojos de los monofisitas parecía una forma mas de cristianismo. Para cuando los generales bizantinos quisieron reaccionar, era tarde, sin duda no esperaban la motivación que empujaba a los musulmanes, nada que ver con las espantadizas alharacas tribales que solía arrollar con facilidad la industria bélica bizantina. La expansión del Islam empezó con el califato de Abu Bakr, el sucesor de Mahoma, completándose la anexión de la totalidad de la península arábiga incluida Mesopotamia, continuaría con Umar conquistando los reinos persas y las provincias bizantinas de siria y palestina incluida Jerusalén donde ordenaría construir la conflictiva mezquita de Al-Aqsa, antes de ser asesinado, luego Utman hasta que fue asimismo asesinado y después Alí quien no se libró del mismo destino que sus predecesores. La política de este nuevo imperio en gestación, de gravar con impuestos a las confesiones no musulmanas y la de exigir a los combatientes únicamente un quinto del botín fruto de los saqueos, la extorsión y la venta de esclavos, animaba el espíritu de conquista, y llenaban las arcas del Califa, dinero que usaba luego para comprar a aquellos musulmanes en quienes no confiaba mientras entregaba poder a quien quería. La repentina riqueza de los musulmanes en un primer momento, desequilibró la balanza de precios en el área y las cosas mas básicas costaban un ojo de la cara en ciudades como Medina.
A estos cuatro primeros Califas y a seis más, Mahoma les había prometido el paraíso aunque a decir verdad todos murieron inmensamente ricos, lo que sería una contradicción ateniéndonos al proverbio del rico, el camello, el ojo de la aguja y el reino de los cielos, que también es valido para los musulmanes. A pesar de las espartanas costumbres que se le atribuyen a Mahoma, el y todos sus familiares murieron habiendo acumulado una considerable fortuna. Abu Darr al Gifarí, respetado musulmán durante el califato de Utman que solía arremeter contra los judíos tachándolos como es costumbre de usureros, asimismo reclamaba del califa un mejor reparto de la riqueza, lo que le valió ser abandonado en el desierto donde moriría poco después, para que se cumpliera de esa forma lo que el propio Mahoma en su día le revelase personalmente. Un gesto significativo lo tendría Alí, quien viendo amenazado su derecho al califato, no dudó en abrir las puertas del tesoro para arruinar la convocatoria de asamblea de su rival, poniendo de manifiesto que es lo que mueve en realidad a las gentes. El incidente desembocó en guerra civil cuando el omeya Muawiya en Damasco se negó a reconocer a Alí como nuevo Califa.

Las tempranas desavenencias internas del Islam , sin duda dieron un respiro a las incipientes monarquías europeas cristianizadas, que transmutaban los beneficios del poder en castillos, capillas y monasterios, mientras en todo el occidente europeo desaparecía el esplendor de la cultura grecolatina, sepultado bajo toneladas de piedras templares y policromos retablos, aunque este barniz piadoso, solo sirviera para cubrir el nepotismo y la barbarie. La religión no trae la paz y la guerra nace de los entresijos de las relaciones comerciales, donde siempre encontraremos algún judío a quien culpar, porque negocios sabrán hacer pero amigos aparentemente no.

 Bibliograf.: Jacques Pirenne, "Historia Universal"
                    Juan Vernet, "Los Origenes del Islam".