lunes, junio 30, 2014

Demonios de ayer y hoy (II).


Poca gente, lógicamente, cree ya en los demonios de tipo sobrenatural, como los citados el mes pasado, en la práctica los únicos que quedan son los famosos demonios “oficiales”,  que básicamente son aquellos que el orden establecido considera especialmente perniciosos para los mercados. Estos demonios más allá de su maligna realidad, son seres mediáticos,  es decir, la esencia de su ser se la deben en gran medida a los medios de comunicación y al cine fundamentalmente,  que casi siempre dan extensa  cobertura a los intereses financieros.  Es un fenómeno similar  pero de distinto signo, al ocurrido con las antiguas divinidades, que hoy se manifiestan como las grandes figuras del  espectáculo o del deporte, exponentes de la sacrosanta competitividad, dispuestos a comerse el mundo y por ello universalmente adorados por todos. Hay mucha mística en todo esto, probablemente es a lo que se refería John Lennon cuando dijo aquello de que “los Beatles eran más famosos que Jesucristo”.

La fama es un poderoso vudú, el éxito económico y social es la magia con la que nos seducen estos ídolos que la audiencia erige, patrones a seguir en definitiva, de tal  forma que ni siquiera haya que preguntarse a uno mismo cómo se ha de ser. Cuando veo a niños y a no tan niños orgullosos de llevar puesta la camiseta de algún club de futbol, aunque no tengan con que llenar la barriga, no sé por qué me vienen a la cabeza locuras como la desatada durante la época de las evangelizaciones, una de esas grandes ilusiones a gran escala como la “Pax Romana “o el “sueño americano” y entonces pienso que el futbol es un espejismo demasiado patético como para merecer llamarse el “sueño europeo”, pero es lo que hay.  Sea come sea, se trata del imperio de una forma de vida, el de la vieja sociedad de consumo, en la que en este momento por ejemplo, da igual que el empleo  en la sociedad occidental se desvanezca, porque quizás la prioridad es que los países emergentes alcancen cuanto antes esa masa crítica de clase media que hace inútiles las protestas, propaga los terrores oficiales y hace difícil que prospere ese amargo despertar que llamamos desengaño, aunque tiempo al tiempo.

Las mafias como ente satánico han tenido sus momentos estelares, pero ya no son suficientemente espantosos para la industria, siempre en pos del impacto y ávida de novedades, dado el excelente estatus del que disfrutan dentro de la realidad económica y social, la corrupción es ya una institución como todos sabemos y aunque es de esperar que el auge del fascismo “revitalice” el acervo de los guionistas, el islamismo continúa proporcionando a los medios, suficientes argumentos para multitud de películas de explosiones, dolor y sangre, efusiones que son siempre muy nutritivas económicamente, si bien tradicionalmente el eterno demonio oficial, por delante incluso del comunismo, sigue siendo otro.  
Ayer sin ir más lejos, en el primer capítulo de la serie de televisión “Defiance” (que por otra parte tiene una banda sonora interesante), nada más empezar, disfrazado de ironía y oportunamente fuera de contexto se puede oír “…un pueblo lleno de anarquistas, gente descontenta y salvajes….”.  No creo que sea posible calcular la cantidad de menciones, no solo cinematográficas, donde se usa esta línea de pensamiento como analogía de violencia y caos, todos hemos oído en más de una vez “el país estaba sumido en la anarquía” o bien “esto (lo que sea) solo conduce a la anarquía”. Por alguna razón no hay tantas películas con personajes “anarquistas”, no hará falta supongo o tal vez pudiera resultar contraproducente, vete tú a saber. En cualquier caso aunque ocurra que para algunos pueda ser tentador, sobre todo a determinadas edades, arrogarse la etiqueta oficial para sentirse malotes y peligrosos, por lo que yo sé, cuándo los medios dicen que Durruti iba armado a trabajar, muy a menudo se olvidan de mencionar que por aquel entonces la patronal contrataba asesinos para que mataran a los sindicalistas a la salida de la fábrica como hoy contrata a delincuentes para destruir lo que queda del derecho laboral por la vía administrativa.



Resumiendo, la escritora Almudena Grandes expresó muy bien todo esto, diciendo no hace mucho algo así como que “…los españoles, por miedo a volver a la república, hemos retrocedido a la época de los caciques…”. Esto es de alguna manera de lo que estoy hablando,  es una de las consecuencias de la presión mediática: la demonización de ciertas ideas, determinados conceptos abstractos que vienen siendo sistemáticamente estigmatizados desde siempre en el imaginario colectivo,  proscritos en cierto modo para las generaciones futuras, las mismas que diabólicamente se empeñan en resucitarlos una y otra vez.